Cuenta la leyenda que un joven francés, después de una
mañana de trabajo cuidando ovejas, se metió en una cueva para protegerse del
sol. Dentro de esa cueva se puso a comer, tomo su bolsa de pan y su queso de
oveja y, cuando se disponía a comer, vio a una bella joven pasar y, dejando su pan
y su queso se fue tras la muchacha. Unas semanas después, de camino a casa,
pasó por esa cueva mientras paseaba a sus ovejas y se acordó de que había
dejado su queso y su pan. Entró y los encontró cubiertos de moho. No queriendo
dejar que su dinero se hubiese desperdiciado, se comió el queso mohoso el cual
le supo tan rico que, a partir de ese momento, empezó a dejar el queso algunas
semanas para que tomara el aroma y el sabor que le brindaba ese moho
azul-verdoso. Esas grutas y cuevas se encontraban en las cercanías de la ciudad
de Roquefort.
Hay una mención documenta por el cronista Eginhard, quién
fuera ministro e historiador de la corte de Carlomagno (754-814) sobre el queso
Roquefort.
La historia comienza cuando un día el emperador, tras una
jornada de marcha, se detuvo en la casa de un obispo. Era un sábado, día de
abstinencia de carne y el obispo no disponía de pescado para ofecerle, por lo
que le dio queso. El emperador observó el queso y vio un moho azuloso crecer en
sus paredes, por lo que tomo su cuchillo y quitó la parte “podrida” para
comerse la parte blanca y cremosa. El obispo, horrorizado le dijo, “¿Por qué,
señor emperador, obra de ese modo? Lo que desechas es lo mejor.”
Carlomagno siguió el consejo del obispo y saboreando el
queso, dijo, “Has dicho la verdad, mi querido anfitrión. Por tanto, no dejes de
mandarme cada año, al palacio de Aix-la-Chapelle, dos cajas de quesos como
este.”
En el siglo XVI, el rey Carlos VI de Francia (1368-1422),
también llamado el Bien Amado, permitió a los habitantes del lugar el monopolio
de la fabricación de dichos quesos mientras que el Parlamento de Toulouse, en
el año 1666, confirió lo que hoy llamamos “denominación de origen,” en otras
palabras, el derecho a la exclusividad de fabricación a los habitantes de la
zona de Roquefort.
Varios reyes han venerado este queso, al cual nombraron “El
queso de los reyes” y “El rey de los quesos.” Denis Diderot en su Enciclopedia,
“Encyclopédie ou dictionnarie raisonné des sciences, des arts, et des metiers,”
también le atribuyó estos nombres.
Casanova, del siglo XVIII, encontró un matiz peculiar en
la degustación del Roquefort, no dejo de encomiar sus virtudes afrodisíacas y
de considerarlo como un excelente medio para recobrar el amor o para que un
amor reciente madura pronto.
Ahora bien, este queso ha tenido también una gran
historia con mi familia, normalmente siendo comido en esta receta, el mollete
azul.
Al igual que el queso, no tiene un aspecto apetitoso, pero su sabor es inigualable |
Mollete azul
1 bolillo
1 taza de salsa de tomate espesa
2 cucharadas de aceite de oliva
50 gr de queso roquefort
3 cucharadas de requesón
Parta el bolillo longitudinalmente. Esparza la salsa de tomate en las dos
mitades. En un tazón mezcle el aceite de
oliva, queso azul y requesón hasta que todo esté perfectamente incorporado.
Esparza la mezcla de queso sobre la salsa de tomate y
hornee a 200°C por 10- 12 minutos o hasta que esté dorado.
(Editado por: Mario Vázquez)
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