| De la receta de mi tía Lulú a mi cocina, una historia de familia, paciencia y sabor costeño. |
La minilla es uno de esos guisos costeños que resumen siglos de historia y hogar en un solo bocado. Su origen se remonta a los puertos del Golfo de México, donde los pescadores aprovechaban los restos del pescado del día y los guisaban con jitomate, cebolla, ajo y chile, creando una mezcla jugosa y sabrosa que podía comerse fría o caliente. El nombre proviene del verbo “minar”, que en la época colonial significaba desmenuzar finamente. Por ende, la “minilla” es, en esencia, pescado desmenuzado con cariño y paciencia.
En Veracruz, la minilla se convirtió en una receta de cuaresma muy popular, con influencias españolas: se enriquece con aceitunas, alcaparras y hojas de laurel, logrando un sabor entre marinero y mediterráneo. En Tabasco, por su parte, se prepara con chile amashito o chile verde, más picante y con un toque de humo. En Campeche y Yucatán, el pescado cambia; a veces cazón, a veces raya; y la minilla se convierte en relleno de empanadas, tamales o panuchos. Cada estado tiene su sello, pero todos comparten la idea de aprovechar, transformar y disfrutar el sabor del mar.
Mi historia con la minilla comenzó hace unos días, cuando vino mi primo Enrique a visitarnos. Preparó una minilla de sardina como la hacía su mamá, mi tía Lulú, y desde el primer bocado me transportó a esos sabores de infancia y familia. Era deliciosa, sencilla y casera. Inspirada por él, decidí preparar mi propia versión: una minilla más ligera, solo con ajo, jitomate, cebolla y chile verde. En lugar de servirla sola, la envolví en masa de maíz para hacer empanadas doraditas y el resultado fue un antojo costeño que llenó la casa de aroma y nostalgia.
Hacer minilla no es cosa de prisa. Hay que cocer el pescado, desmenuzarlo con cuidado, picar finamente los ingredientes, sofreír despacio y dejar que los sabores se mezclen. Luego, preparar la masa, formar las empanadas y freírlas hasta lograr ese dorado perfecto. Es un proceso que invita a la calma, al disfrute, a la cocina sin reloj. Por eso podría considerarse un platillo de slow food, porque rescata el valor de cocinar despacio, de compartir el tiempo con los tuyos y de transformar lo sencillo en algo especial.
Así, entre recuerdos familiares, costumbres regionales y el sabor del mar, la minilla sigue viva en las cocinas de México. Cambia de pescado, de picor o de presentación, pero conserva su esencia: un platillo humilde, lleno de memoria y amor. Y cuando se convierte en empanadas, como las que preparé esta vez, se vuelve aún más festiva, lista para disfrutarse con una rebanada de jitomate fresco y una buena charla en la mesa.
Empanadas de minilla
Para las empanadas:
- 1 kilo de masa
- 2 cucharadas de aceite
- Sal al gusto
Para la minilla:
- ½ kilo de pescado fresco al gusto
- 2 – 3 dientes de ajo picados
- 1 cebolla picada en cubitos
- 5 – 6 jitomates picados
- 4 chiles verdes picados
- Aceite el necesario
Para cocer el pescado:
- 1 hoja de laurel
- 1 diente de ajo
- Sal al gusto
- En una olla coloque el pescado con agua suficiente y agregue la hoja de laurel, el ajo y sal al gusto.
- Cuando esté cocido, desmenuce con un tenedor. Reserve.
- En un sartén o en una cazuela coloque un poco de aceite para freir el ajo y la cebolla. cuando ya esté bien sofrito agregue el chile picado.
- Agregue el jitomate picado y deje que se sazone.
- Añada el pescado desmenuzado. Sazone al gusto y deje que se seque.
- Retire del fuego y deje que se enfríe. Reserve.
- Prepare la masa con el aceite y la sal y un poco de agua tibia, amase hasta que esté al punto y manejable.
- Forme bolitas del tamaño que desee.
- En un sartén profundo vierta el aceite suficiente.
- Aplane las bolitas y coloque una cucharada del relleno en el centro, cierre y ponga en el aceite caliente.
- Voltee y permita que se cuezan bien.
- Deje escurrir sobre papel absorbente.
- Sirva con salsa.

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