martes, 28 de octubre de 2025

Tostada francesa salada






La tostada francesa siempre ha sido símbolo de dulzura. Pan remojado en leche y huevo, dorado en mantequilla, con miel o azúcar encima: un desayuno clásico que huele a infancia y a domingos tranquilos. Pero la cocina, como la vida, se nutre de giros inesperados, y un día decidí darle la vuelta a la tradición. En lugar de miel, opté por queso; en lugar de canela, por tocino y espinaca. Así nació esta versión salada, una pequeña travesura culinaria que demuestra que los platos más conocidos también pueden reinventarse.

El punto de partida fue un par de rebanadas de pan viejo que miraban desde la cocina pidiendo destino. Nada más gratificante que dar nueva vida a los ingredientes que parecían olvidados. Los sumergí en huevo batido, como en la receta clásica, pero esta vez los acompañé de sabores más contundentes. Cuando el pan doró en el sartén y el queso empezó a fundirse, la casa se llenó de ese aroma cálido que hace que uno se sienta en casa, aunque no haya nadie más alrededor.

A veces, cocinar no es seguir recetas, sino dejarse guiar por la intuición. Esta tostada salada me recordó que la cocina no necesita reglas estrictas: solo curiosidad y ganas de disfrutar. Cambiar el dulce por lo salado fue casi un juego, una manera de descubrir que lo familiar puede volver a sorprenderte.

Mientras servía el plato, pensé que la comida tiene esa magia: transformar lo cotidiano en especial. Pan, huevo, espinaca, queso, tocino… ingredientes simples que, juntos, se vuelven un abrazo para el alma.

Y así, entre bocados tibios y café recién hecho, comprendí que lo importante no es si un platillo es dulce o salado, sino el momento que crea. Porque en la cocina, como en la vida, siempre hay espacio para un giro inesperado y delicioso.

Tostada francesa salada

  • 250 gr pan duro en cubos
  • 3 – 4 cucharadas de leche
  • 5 huevos
  • 6 tiras de tocino
  • 100 gr queso rallado
  • 100 gr espinacas limpias picadas
  • Perejil picado al gusto
  • ¼ cucharadita ajo en polvo
  • ¼ cucharadita cebolla en polvo
  • Aceite el necesario
  • Sal y pimienta

 

  1. Corte cuatro tiras de tocino en rebanaditas, agregue el pan duro en cubos y deje que se dore, si es necesario ponga el aceite necesario.  
  2. Fría las rebanadas restantes para adornar.
  3. Bata los huevos con la leche, el ajo en polvo, la cebolla en polvo, sal, y pimienta, incorpore la mitad del queso rallado, las espinacas y el perejil picados.
  4. Cuando los cubos de pan estén dorados y el tocino este frito, incorpore los huevos batidos. 
  5. Tape y deje cocinar hasta que los huevos se cuezan. 
  6. Cuando esté cocido, espolvoree el queso restante y adorne con las rebanadas de tocino frito.


(Editado por Mario Alberto Vázquez Rosas)
(Fotografía por Emelina Guadalupe Rosas León. Imágenes editadas por medio de Inteligencia Artificial).

sábado, 25 de octubre de 2025

Entomatado de cerdo

Este entomatado de cerdo es un plato típico del estado de Guerrero, es muy versátil pues se puede guisar tanto como con chile verde, chile chipotle seco o adobado, también con chile morita o sin chile y la salsa se sirve aparte.

Es una receta que se prepara en un suspiro, pues se hace en una olla de presión. Si es de estufa se pone todo en la olla, se cierra, se le da el tiempo necesario y se vigila.  Si es exprés eléctrica se pone todo adentro y se programa. Uno no tiene de que preocuparse: la comida incluso se mantiene caliente hasta el momento que uno se sienta.

Platiquemos, pues, un poco de la olla de presión o de la olla exprés. Tiene su origen en el siglo XVII, inventada por el físico francés Denis Papin en 1679. Papin ideó una olla con una tapa que podía sellarse herméticamente, lo que permitía que el vapor generado por la cocción aumentara la presión dentro de la olla (de allí el nombre). Este aumento de presión permitía que los alimentos se cocinaran a temperaturas más altas que el punto de ebullición normal del agua, lo que aceleraba significativamente el proceso de cocción.

Sin embargo, las primeras versiones de estas ollas eran bastante primitivas y no siempre usar seguras de usar.  Con el tiempo, se han realizado numerosas mejoras en el diseño y la seguridad de las ollas a presión, convirtiéndolas en un utensilio de cocina popular en todo el mundo.

Es más, ahora podemos contar con la olla de presión eléctrica que es una evolución maravillosa de la olla exprés tradicional. Estas ollas surgieron en la mitad del siglo XX como parte del avance tecnológico en la cocina.

Una de las primeras versiones comercialmente exitosas fue creada por la empresa National Presto Industries, Inc., en la década de 1950. Esta fue la “Presto Cooker”, una olla a presión eléctrica que permitía cocinar alimentos de manera rápida y conveniente con la aplicación de calor controlado y presión automática.

Desde entonces, otras compañías han desarrollado sus propias versiones de ollas de presión eléctricas, agregando características adicionales como programas preestablecidos, funciones de seguridad avanzadas y opciones de control digital.  La popularidad de estas ollas ha crecido significativamente debido a su conveniencia y capacidad para acelerar el proceso de cocción, lo que las convierte en un elemento básico en muchas cocinas modernas. 


Entomatado de cerdo

  • 1 ½ k costilla, codillo y maciza de cerdo
  • 1 cebolla en rebanadas
  • 3 – 4 dientes de ajo
  • ¼ cucharadita comino
  • 1 clavo de olor
  • 4 chiles chipotles secos
  • 1 manojo de cebollitasde cambray
  • 1 k tomates verdes
  • 1 taza de agua
  • Sal al gusto

 

  1. Fría 6 tomates verdes, con la cebolla y los ajos, agregue un chile chipotle y el comino. 
  2. Muela en la licuadora lo frito y agregue la taza de agua para poderlo moler.
  3. En la olla de presión ponga el resto de los tomates verdes picados, la carne lavada, el clavo de olor, las cebollitas de cambray y los chiles chipotles restantes, agregue lo molido y sazone con sal al gusto. 
  4. Tape la olla y cocine alrededor de 25 – 30 minutos, baje la presión con cuidado y sirva acompañado de arroz blanco o rojo.

(Editado por Mario Alberto Vázquez Rosas)
(Fotografía por Emelina Guadalupe Rosas León).

jueves, 23 de octubre de 2025

Tetelas, pupusas y arepas: tres formas de decir hogar


          La mesa latinoamericana donde el maíz une un solo pueblo y un solo espíritu: el latinoamericano 

Las tetelas son una joya de la cocina oaxaqueña que conserva en cada pliegue el espíritu de la tradición mixteca. Se preparan con masa de maíz nixtamalizado y se rellenan con frijoles negros o queso Oaxaca, para luego doblarse en forma de triángulo y cocinarse lentamente en el comal. Esa forma triangular no es solo estética: simboliza equilibrio y hogar. Al dorarse, liberan el aroma del maíz tostado, un olor que parece hablar del campo, del fuego encendido y de las manos que amasan desde generaciones atrás.

En Oaxaca, las tetelas se disfrutan tanto en la mesa diaria como en las fiestas de pueblo. Son alimento humilde, pero cargado de historia. En ellas se reúnen los tres pilares del mundo mesoamericano: el maíz, el frijol y el fuego. Su textura suave por dentro y ligeramente crujiente por fuera las hace irresistibles, y cada mordida parece traer un eco del pasado, como si el comal fuera un tambor que conserva la memoria de las abuelas.

En tierras salvadoreñas, una prima cercana lleva otro nombre: la pupusa. Redonda y generosa, es orgullo nacional de El Salvador. Hecha también de masa de maíz, se rellena de queso, frijoles o chicharrón y se cocina hasta que el relleno burbujea. Se sirve con curtido de repollo y salsa de tomate, y su sabor encarna el espíritu comunitario salvadoreño: abundante, cálido y lleno de vida. En cada pupusa hay un gesto de hospitalidad, una invitación a compartir.

Más al sur, en Colombia y Venezuela, brilla la arepa, un disco dorado que es desayuno, cena o merienda según el día. Puede ser gruesa o delgada, rellena de queso, carne o aguacate, y siempre huele a casa. La arepa ha trascendido fronteras, pero sigue siendo el alimento que representa unión y familia. En cada país tiene su acento, pero en todos conserva el corazón de la tierra: el maíz convertido en sustento y en identidad.

Tetelas, pupusas y arepas son hermanas de masa, fuego y memoria. Cada una cuenta la historia de su pueblo, pero todas nacen del mismo grano que alimenta a América desde tiempos antiguos. El maíz, con su sencillez y nobleza, nos recuerda que la verdadera riqueza no está en la abundancia, sino en la mesa compartida, donde los sabores se encuentran y el corazón se siente en casa. Porque en su diversidad —en sus formas, rellenos y colores— el maíz nos enseña que la variedad da sabor a la vida, y que cada versión es una manera distinta de celebrar quiénes somos.

En este sentido, las tetelas, pupusas y arepas son auténticos ejemplos de slow food latinoamericano: comidas que se preparan con calma, con memoria y con alma. En cada una, el maíz no solo alimenta el cuerpo, sino que teje el tiempo y las costumbres. Son platos que nos invitan a detenernos, a oler, a probar y a recordar que lo lento, cuando nace del corazón, también alimenta mejor.

Tetelas oaxaqueñas

  • 1 kilo de masa de maíz
  • 2 cucharadas de aceite
  • Sal al gusto
  • 4 tazas de frijoles refritos
  • 250 gr queso Oaxaca

  1. Prepare la masa con el aceite, sal al gusto y si es necesario utilice un poco de agua tibia para poderla amasar.  
  2. Cuando esté al punto reserve.
  3. Coloque un comal en la estufa.  
  4. Forme bolitas de masa, aplane cada una y ponga en el centro una cucharada de frijoles refritos, encima coloque unas hebras del queso Oaxaca.  
  5. Cierre en forma de triángulo cubriendo el relleno.  
  6. Ponga en el comal y voltee de tanto en tanto para que se cueza parejo.
  7. Aunque las tetelas tradicionales son en comal, puede freir los triángulos si lo desea.
  8. Sirva acompañado de salsa y verduras al gusto.

(Editado por Mario Alberto Vázquez Rosas)

(Fotografía por Emelina Guadalupe Rosas León)

martes, 21 de octubre de 2025

Empanadas de minilla: el sabor del mar que une memorias


De la receta de mi tía Lulú a mi cocina, una historia de familia, paciencia y sabor costeño.

La minilla es uno de esos guisos costeños que resumen siglos de historia y hogar en un solo bocado. Su origen se remonta a los puertos del Golfo de México, donde los pescadores aprovechaban los restos del pescado del día y los guisaban con jitomate, cebolla, ajo y chile, creando una mezcla jugosa y sabrosa que podía comerse fría o caliente. El nombre proviene del verbo “minar”, que en la época colonial significaba desmenuzar finamente. Por ende, la “minilla” es, en esencia, pescado desmenuzado con cariño y paciencia.

En Veracruz, la minilla se convirtió en una receta de cuaresma muy popular, con influencias españolas: se enriquece con aceitunas, alcaparras y hojas de laurel, logrando un sabor entre marinero y mediterráneo. En Tabasco, por su parte, se prepara con chile amashito o chile verde, más picante y con un toque de humo. En Campeche y Yucatán, el pescado cambia; a veces cazón, a veces raya; y la minilla se convierte en relleno de empanadas, tamales o panuchos. Cada estado tiene su sello, pero todos comparten la idea de aprovechar, transformar y disfrutar el sabor del mar.

Mi historia con la minilla comenzó hace unos días, cuando vino mi primo Enrique a visitarnos. Preparó una minilla de sardina como la hacía su mamá, mi tía Lulú, y desde el primer bocado me transportó a esos sabores de infancia y familia. Era deliciosa, sencilla y casera. Inspirada por él, decidí preparar mi propia versión: una minilla más ligera, solo con ajo, jitomate, cebolla y chile verde. En lugar de servirla sola, la envolví en masa de maíz para hacer empanadas doraditas y el resultado fue un antojo costeño que llenó la casa de aroma y nostalgia.

Hacer minilla no es cosa de prisa. Hay que cocer el pescado, desmenuzarlo con cuidado, picar finamente los ingredientes, sofreír despacio y dejar que los sabores se mezclen. Luego, preparar la masa, formar las empanadas y freírlas hasta lograr ese dorado perfecto. Es un proceso que invita a la calma, al disfrute, a la cocina sin reloj. Por eso podría considerarse un platillo de slow food, porque rescata el valor de cocinar despacio, de compartir el tiempo con los tuyos y de transformar lo sencillo en algo especial.

Así, entre recuerdos familiares, costumbres regionales y el sabor del mar, la minilla sigue viva en las cocinas de México. Cambia de pescado, de picor o de presentación, pero conserva su esencia: un platillo humilde, lleno de memoria y amor. Y cuando se convierte en empanadas, como las que preparé esta vez, se vuelve aún más festiva, lista para disfrutarse con una rebanada de jitomate fresco y una buena charla en la mesa.


Empanadas de minilla


Para las empanadas:

  • 1 kilo de masa
  • 2 cucharadas de aceite
  • Sal al gusto

Para la minilla:

  • ½ kilo de pescado fresco al gusto
  • 2 – 3 dientes de ajo picados
  • 1 cebolla picada en cubitos
  • 5 – 6 jitomates picados
  • 4 chiles verdes picados
  • Aceite el necesario

Para cocer el pescado:

  • 1 hoja de laurel
  • 1 diente de ajo
  • Sal al gusto


  1. En una olla coloque el pescado con agua suficiente y agregue la hoja de laurel, el ajo y sal al gusto.  
  2. Cuando esté cocido, desmenuce con un tenedor. Reserve.
  3. En un sartén o en una cazuela coloque un poco de aceite para freir el ajo y la cebolla.  cuando ya esté bien sofrito agregue el chile picado. 
  4. Agregue el jitomate picado y deje que se sazone. 
  5. Añada el pescado desmenuzado. Sazone al gusto y deje que se seque. 
  6. Retire del fuego y deje que se enfríe. Reserve.
  7. Prepare la masa con el aceite y la sal y un poco de agua tibia, amase hasta que esté al punto y manejable. 
  8. Forme bolitas del tamaño que desee.
  9. En un sartén profundo vierta el aceite suficiente. 
  10. Aplane las bolitas y coloque una cucharada del relleno en el centro, cierre y ponga en el aceite caliente. 
  11. Voltee y permita que se cuezan bien.  
  12. Deje escurrir sobre papel absorbente. 
  13. Sirva con salsa.

(Editado por Mario Alberto Vázquez Rosas)
(Fotografia por Emelina Guadalupe Rosas León. Imágenes editadas por Inteligencia Artificial)


martes, 14 de octubre de 2025

Mote sucio con encurtido: tradición ecuatoriana en mi mesa mexicana






Hasta hace poco, en mi cocina el maíz cacahuazintle tenía un solo destino: el pozole. Lo conocía en su forma tradicional, cocido lentamente hasta quedar tierno y reventado, listo para acompañarse con rábanos, orégano y chile en polvo. Pero al descubrir el mote sucio, entendí que este mismo maíz podía transformarse en un platillo completamente diferente y lleno de historia.

El mote sucio es originario de la Sierra ecuatoriana. Se llama así porque el maíz, una vez cocido, se sofríe en manteca o aceite con cebolla y achiote, lo que le da un color y un sabor más intenso, “ensuciando” el blanco brillante del grano. En ocasiones se acompaña con trozos de carne frita, como cerdo o longaniza, convirtiéndolo en un plato contundente y festivo.

Para mí, fue toda una sorpresa preparar el cacahuazintle de otra manera distinta al pozole. El proceso de sofreírlo con achiote y cebolla transformó su aroma y su textura, y en casa lo recibieron con entusiasmo. Fue como redescubrir un ingrediente que siempre había estado allí, pero con un traje nuevo, más rústico y vibrante.

Como guarnición preparé un encurtido ecuatoriano, con zanahoria en rodajas, cebolla y vinagre, que armonizó a la perfección con el mote sucio. La frescura y acidez del encurtido equilibró la fuerza del maíz y la carne, creando un contraste delicioso que nos hizo sonreír en cada bocado.

El mote sucio me enseñó que, aunque México y Ecuador estemos separados por fronteras, compartimos el mismo corazón de maíz. Y en esa unión de sabores descubrí que nuestras cocinas dialogan, se abrazan y se enriquecen mutuamente.

Mote sucio ecuatoriano

  • 3 tazas de mote cocido
  • 1 taza de carne de cerdo desmenuzada
  • 1 taza de chorizo frito
  • 1 cucharadita de achiote
  • ½ cebolla picada
  • 2 dientes de ajo machacados
  • 2 cucharadas de manteca o aceite
  • Sal al gusto

Para servir:

  • Cebolla cambray rebanada
  • Cilantro

 

  1. En una sartén grande, caliente la manteca o aceite con el achiote. 
  2. Sofría la cebolla y el ajo hasta que estén dorados. 
  3. Añada la carne de cerdo y sofría unos minutos más, que se dore un poco, incorpore el chorizo.
  4. Agregue el mote y mezcle todo muy bien para que se impregne el sabor.  
  5. Cocine a fuego medio unos minutos más, moviendo con frecuencia.  
  6. Ajuste la sal y sirva.
  7. Espolvoree hojas de cilantro y las rebanadas de cebollita de cambray.


(Editado por Mario Alberto Vázquez Rosas)
(Fotografía por Emelina Guadalupe Rosas León. Imágenes editadas por inteligencia artificial)

sábado, 11 de octubre de 2025

Pastelón de plátano



El pastelón de plátano es un plato tradicional que se encuentra en varias regiones de América Latina y el Caribe.  Su origen es difícil de precisar, ya que ha evolucionado a lo largo del tiempo y ha sido adoptado por diversas culturas.  Sin embargo, se puede decir que el pastelón de plátano tiene raíces en la cocina criolla y afrocaribeña.

El término “pastelón” se utiliza en diferentes países para describir un plato que consiste en capas de ingredientes, similar a un pastel.  En el cado del pastelón de plátano, se utilizan plátanos maduros para hacer capas alternas con carne molida sazonada.  A menudo, se incluyen ingredientes como queso, huevo, aceitunas, y otros condimentos para darle sabor.

En Puerto Rico, por ejemplo, el pastelón de plátano es un plato muy popular y se hace de diversas maneras. En República Dominicana, también es una preparación apreciada, y en otros lugares de América Latina, se pueden encontrar variantes del pastelón de plátano con ingredientes locales y adaptaciones regionales.

En resumen, el pastelón de plátano es un plato versátil y delicioso que ha evolucionado a lo largo del tiempo en diversas culturas latinoamericanas y caribeñas.

Pastelón de plátano

 

  • 7 plátanos machos maduros
  • 1 cucharadita de sal
  • 2 cucharadas de aceite
  • 200 gr queso manchego rallado

Relleno 1:

  • 1 cebolla pequeña picada
  • 2 dientes de ajo picados
  • ½ kilo carne molida de res
  • 1 pimiento morrón picado
  • 1 cucharada de aceite
  • Sal y pimienta

Relleno 2:

  • 2 tazas de granos de frijol cocidos
  • 1 taza caldo de frijol
  • 3 – 4 cucharadas de aceite
  • Sal

Salsa de tomate:

  • ½ cebolla
  • 2 dientes de ajo
  • 5 – 6 jitomates
  • 1 cucharada de aceite
  • Sal y pimienta

 

Pastelón:

  1. Ponga los plátanos sin pelar en una olla con agua y la sal, deje hervir por 25 minutos. 
  2. Escurra el agua, pele los plátanos, machaque con un prensapuré y agregue el aceite. 
  3. Reserve.

 

Relleno 1:

  1. En un sartén ponga aceite, fría la cebolla, cuando esté traslucida agregue el ajo. 
  2. Cuando suelte el olor agregue la carne, fría hasta que esté dorada.  
  3. Agregue el pimiento morrón, sazone con sal y pimienta. 
  4. Reserve.

 

Relleno 2:

  1. Machaque los frijoles en un sartén y agregue el aceite, agregue el caldo poco a poco para que queden los frijoles espesitos. 
  2. Reserve.

 

Salsa de tomate:

  1. Muela los ajos, cebolla y jitomate.  
  2. En una olla ponga el aceite, cuando esté caliente vierta lo molido. 
  3. Sazone con sal y pimienta.
  4. Reserve.

 

Armado:

  1. En un molde refractario rectangular, ponga un tercio de los plátanos, coloque la carne, bañe con la salsa, cubra con otro tercio de los plátanos. 
  2. Esparza los frijoles y encima la última parte de los plátanos. 
  3. Cubra con el queso rallado. 
  4. Hornee por 25 minutos a 180°C.  
  5. Sirva tibio bañado con el resto de la salsa de tomate.



(Editado por Mario Alberto Vázquez Rosas)
(Fotografía por Emelina Guadalupe Rosas León. Imágenes editadas por medio de Inteligencia Artificial)

jueves, 9 de octubre de 2025

Milhojas de manzana, lechuga y queso

 

Las ensaladas son, por lo general, platillos que se preparan con ingredientes frescos y con un toque de creatividad. Pueden ser platos ligeros llenos de sabores sorprendentes.

Comer lechuga es beneficioso para la salud pues es rica en nutrientes como las vitaminas A, C y K, así como en minerales como el potasio y el calcio.  Es una opción para bajar la ingesta de calorías pues ayuda a sentirse satisfecho por el volumen que se consume. Además, es alta en fibra, lo que favorece la salud digestiva y ayuda a mantener los niveles de azúcar en sangre estables.

Comer lechuga es una forma fácil y deliciosa de agregar nutrientes importantes a la dieta, además de ser una opción versátil y baja en calorías, tomando en cuenta que contribuye a la hidratación del cuerpo, especialmente en climas cálidos o durante el ejercicio físico.

En cuando a las manzanas podemos decir casi lo mismo, es rica en nutrientes pues son una excelente fuente de vitaminas y minerales incluyendo vitamina C, K, potasio y fibra dietética. También tiene alto contenido de fibra, ayuda a controlar el peso y regula los niveles de azúcar en sangre.

Lo que es diferente es que promueve la salud del corazón, pues se ha asociado con un menor riesgo de enfermedades cardíacas debido a su contenido de antioxidantes y fibra, que ayudan a reducir los niveles de colesterol en sangre. También ayudan a proteger el cerebro del estrés oxidativo y reducir el riesgo de enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer.

Milhojas de manzana, lechuga y queso

  • 3 manzanas jugosas
  • 1 lechuga romana u orejona desinfectada
  • Rebanadas de queso al gusto
  • 2 limones, su jugo
  • Nueces al gusto
  • Miel de inulina
  • Sal y pimienta

 

  1. Corte las manzanas en rodajas delgadas y vierta el jugo de un limón para que no se oxiden. 
  2. Corte la lechuga del tamaño deseado.
  3. En platos individuales alterne rodajas de manzana, queso y lechuga hasta el algo que prefiera.  Puede sujetarla si lo desea con un palillo. 
  4. Vierta el aderezo encima y las nueces. 
  5. Decore el plato con jitomates Cherry y sirva.

 

Para el aderezo: 

  1. En un tazón vierta la miel de inulina, el limón restante y sazone con sal y pimienta.



(Editado por Mario Alberto Vázquez Rosas)

(Fotografía por Emelina Guadalupe Rosas León. Imágenes editadas usando Inteligencia Artificial)

miércoles, 8 de octubre de 2025

Kissel: el postre ruso que viajó hasta Canadá

El kissel es uno de esos postres que parecen sencillos, pero que encierran siglos de historia. Su origen se remonta a la antigua Rusia, donde en lugar de frutas se hacía con granos como avena, centeno o trigo. Era un alimento humilde, barato y nutritivo que servía para saciar el hambre en tiempos de escasez. De hecho, en crónicas medievales se cuenta cómo, durante un asedio a la ciudad de Kiev, los habitantes lograron sobrevivir preparando kissel de avena con agua de pozo, lo que llevó a los invasores a creer que aquel lugar tenía fuentes mágicas de alimento.

Con el tiempo, y gracias a la llegada del azúcar, el kissel se transformó en un postre dulce y frutal. Se prepara con jugos o pulpas de cereza, frambuesa, grosella o arándanos, espesados con fécula para darle esa textura tan particular: ni bebida ni gelatina, sino un punto medio. Puede servirse tibio, como una bebida reconfortante, o más denso, para comer con cuchara y acompañar con leche, crema o panecillos.

Su importancia cultural es tal que incluso dejó huella en el lenguaje ruso. Existe la expresión “vivir como en kissel”, que significa vivir en abundancia, porque este postre representaba alimento seguro y hospitalidad. También se le atribuyen cualidades medicinales, ya que su textura suave lo hacía ideal para calmar el estómago, al grado de que en la época soviética se vendía incluso en versiones instantáneas como parte de la dieta cotidiana.

El viaje del kissel fuera de Rusia y Ucrania se dio a través de la migración. Comunidades de Europa del Este que llegaron a Canadá en los siglos XIX y XX lo llevaron consigo como parte de su herencia culinaria. En esas nuevas tierras lo adaptaron a los ingredientes locales, y los arándanos canadienses, tan abundantes en bosques y praderas, se convirtieron en protagonistas. Así, el kissel encontró un nuevo hogar en las cocinas de las familias inmigrantes, como un puente entre los recuerdos de la tierra natal y la vida en el nuevo continente.

Preparar kissel hoy en día es, en cierto modo, un acto de conexión con esa tradición. Yo misma lo hice en casa, y al probarlo sentí que estaba sirviendo en mi mesa un pedacito de historia. En cada cucharada se mezclan la sencillez de los ingredientes con la riqueza de las historias que lo acompañan: de alimento humilde a postre festivo, de las leyendas rusas hasta los bosques de Canadá, y ahora hasta mi cocina.

El kissel demuestra que, a veces, lo más simple puede ser también lo más profundo. Entre su dulzura y su espesor, hay relatos de supervivencia, dichos populares, recuerdos de familia y la calidez de algo hecho para compartir. Tal vez por eso ha viajado tanto y se ha mantenido vivo: porque en su esencia late la hospitalidad y el sabor de hogar.

Kissel

  • 500 gr frutos rojos mezcla o al gusto
  • 4 tazas de agua
  • ½ taza de azúcar
  • 3 cucharadas de fécula de maíz
  • El jugo de 2 limones

  1. Coloque la fruta picada con tres tazas de agua y el azúcar en una olla. 
  2. Hierva a fuego medio hasta que las frutas suelten todo su sabor, alrededor de 10 minutos.
  3. Con una batidora de mano muela las frutas, si lo quiere en trocitos o muy terso.
  4. Diluya la maicena en la taza de agua restante y agregue poco a poco a la mezcla caliente moviendo constantemente para que no se formen grumos.
  5. Cocine unos minutos más, hasta que hierva para que la maicena se cueza. 
  6. Sirva tibio o frio.  Decore con una rosa de crema chantilly, si lo desea.

sábado, 4 de octubre de 2025

Longaniza en salsa con nopales: la chispa de una fiesta inesperada




Miguel siempre ha tenido esa cualidad especial de transformar un día cualquiera en motivo de celebración. No necesita grandes planes ni fechas marcadas en el calendario: basta con que le llegue la inspiración, llame a sus amigos y encienda el asador. De esa chispa nacen reuniones llenas de alegría, música y buena comida, donde lo importante no es la formalidad, sino el gusto de compartir.

Para esta carne asada, en lugar de quedarse con lo de siempre, Miguel decidió ponerle su sello personal y preparar un guiso diferente: longaniza en salsa con nopales. Esta elección no fue casualidad. La longaniza, a diferencia del chorizo común, es más larga, menos molida y con un sabor robusto, resultado de su sazonado con chiles y especias. Se podría decir que es un chorizo mexicanizado, pues aunque tiene raíces similares, en México adquirió identidad propia y se volvió protagonista de incontables guisos caseros.

Guisada en salsa y mezclada con nopales, la longaniza suelta sus jugos y aromas, creando un contraste perfecto entre lo intenso del embutido y la frescura ligeramente ácida del nopal. En vez de poner nopales asados sobre la mesa, o tacos simples de chorizo, Miguel logró un acompañamiento que se volvió estrella: un taco sustancioso, con carácter, que combina tradición y creatividad.

Lo mejor es que no cocinó solo. Mientras Miguel batallaba un poco con la prisa y el estrés de organizar, ahí estaba yo, ayudándole a picar, recordándole que las mejores cosas se disfrutan sin tanta presión. Entre charlas y probadas, el guiso fue tomando forma y, antes de que llegaran sus amigos, ya habíamos celebrado nosotros probando los primeros tacos.

Así es Miguel: fiestero, espontáneo y con esa manera de ser que contagia ganas de vivir el momento. Su longaniza en salsa con nopales no fue solo un guiso de acompañamiento, fue la expresión de su estilo: cocinar con alegría, improvisar con ingenio y reunir a la gente que quiere alrededor de sabores que cuentan historias. Porque en su mundo, la fiesta y la comida siempre llegan juntas, casi sin avisar.


Longaniza en salsa con nopalitos

  • ½ k de longaniza
  • 1 docena de nopalitos
  • ½ cebolla
  • 3 – 4 dientes de ajo
  • 5 jitomates rojos
  • Chiles de árbol secos al gusto
  • Sal al gusto
  • 1 – 2 cucharadas de aceite

  1. En un comal tuesta los chiles de árbol, sin que se lleguen a quemar, al retirarlos ponlos en un tazón con agua para que se hidraten. 
  2. Mientras tanto en el mismo comal tuesta los dientes de ajo, los jitomates y la cebolla.  cuando todo esté asado, ponga en la licuadora junto con los chiles hidratados y el agua.  Muela. Reserve.
  3. Corte la longaniza en rebanadas de 1 – 2 cm de largo.  Corte el nopal en cuadritos pequeños.  Reserve todo.
  4. En una cazuela, ponga el aceite y cuando esté caliente agregue la longaniza rebanada, deje que se fría y suelte un poco de grasa.  Añada los nopales picados y permita que todo se cueza. 
  5. Cuando la longaniza ya esté bien frita, añada la salsa molida, si es necesario, agregue 1 taza de agua. 
  6. Sazone con sal y/o consomé y deje que hierva para que se evapore un poco y todo quede bien cocido.
  7. Cuando ya esté bien sazonado y cocido, sirva para hacer tacos, o para acompañar un arroz blanco y frijoles refritos.

    

jueves, 2 de octubre de 2025

Kalpis mexicanizado: cuando tres generaciones se reúnen.

 

  El sabor más dulce no está en el vaso, está en la compañía.

Hay bebidas que refrescan el cuerpo, pero también existen las que refrescan el alma. Una de ellas llegó a nuestra mesa gracias a Miguel, mi hijo, quien disfruta tanto de guisar como de experimentar con sabores nuevos. Esta vez nos sorprendió con una versión muy especial del Calpis japonés, esa bebida nacida en 1919 de la mano de Kaiun Mishima, quien la creó inspirado en las leches fermentadas que conoció en Mongolia. Él buscaba una bebida saludable, ligera y refrescante, con el beneficio de los fermentos lácticos, pero con un sabor amable para todos.

Lo que compete el día de hoy es que mi hijo Miguel decidió mexicanizarlo. En lugar de azúcar usó miel de inulina. también llamada miel de agave, añadió agua mineral para darle burbujas alegres, y completó con mango fresco, jugoso y dorado. El resultado fue un trago ligero, refrescante y tropical, que bautizamos en casa como Kalpis mexicano.

Pero más allá de la receta, lo que hizo mágico el momento fue la manera de prepararlo: tres generaciones juntas. Miguel guiando a sus hijos, los pequeños metiendo mano con entusiasmo y yo, desde un ladito, pendiente y disfrutando de la escena. Era un instante sencillo, pero lleno de significado: risas, ingredientes compartidos y esa complicidad que solo la cocina sabe despertar.

El Calpis en Japón tiene fama de ser el “sabor del primer amor”, porque es dulce y suave, como un recuerdo entrañable. En nuestra casa, ese día, se convirtió en el sabor de la unión familiar. Miguel mismo dijo que prefiere llamarlo “Kalpis mexicanizado”, porque ese toque local le dio identidad y lo convirtió en algo propio, cercano y entrañable.

Al final, lo que nació como una bebida fermentada hace más de un siglo en Asia, se transformó en nuestra cocina en un ritual de slow food familiar: cocinar sin prisa, disfrutar del proceso y, sobre todo, compartir la experiencia. Porque el verdadero secreto de este Kalpis mexicano no está en el yogur, ni en el mango, ni en la miel de inulina. Está en las manos que lo prepararon juntas y en el recuerdo que seguirá brillando cada vez que lo volvamos a hacer.




Kalpi mexicanizado

  • 1 taza de yogur natural
  • ½ taza de mango fresco en cubos
  • 3 cucharadas de miel de inulina
  • ½ taza de jugo de limón
  • ½ taza de agua
  • 1 litro de agua mineral
  • Hielo al gusto

 

  1. Ponga en la licuadora el yogurt, el mango, la miel de inulina, jugo de limón y agua, muela hasta que quede una mezcla tersa.
  2. Pruebe y ajuste el dulzor, si se necesita agregue más miel, si requiere más acidez añada jugo de limón extra.
  3. Sirva en un vaso con hielo hasta la mitad y llene con agua mineral, mezcle suavemente.
  4. Puede decorar con una rebanada de limón o un cubito de mango fresco.

miércoles, 1 de octubre de 2025

Pastel de naranja






 

En el fascinante mundo de las curiosidades sobre las naranjas, hay una pregunta que ha intrigado a muchos: ¿qué fue primero, el nombre de la fruta o el color? La palabra “naranja” tiene sus raíces en el sánscrito “naranga” (नारङ्ग), que se puede traducir como fragancia o aroma.  Originalmente, este término no se aplicaba ni a la fruta ni al color, sino a los árboles mismos, los naranjos que destacaban por su distintivo olor fresco.

Este término llegó a la Península Ibérica durante la Edad Media, traído por los árabes.  También heredamos de ellos el nombre para la flor del naranjo: azahar, que simplemente significa “la flor” (a zahar).  En aquel entonces, la naranja no se podía comprar en línea ni conservar fresca por mucho tiempo, lo que la convertía en un bien muy preciado.

Las naranjas también tienen un papel destacado en la mitología clásica, en particular en uno de los heroicos trabajos de Hércules.  Según dice el mito, existían unas manzanas de oro que concedían la eterna juventud a los dioses.  El jardín donde crecían estas “manzanas doradas” estaba ubicado en un lugar remoto, donde se ocultaba el sol y estaba custodiado tanto por las Hespérides como por una enorme serpiente.  

Sin embargo, en realidad, las “manzanas de oro” que Hércules tuvo que robar eran naranjas amargas, que, si bien no otorgaban la eterna juventud, sí proporcionan una importante dosis de vitamina C y fibra.  Así las naranjas se convierten en un manjar no solo terrenal, sino también mitológico.


Pastel de naranja

  • 3 huevos
  • 170 gr azúcar
  • 170 gr harina
  • 170 gr mantequilla
  • 1 cucharadita de polvo para hornear
  • 1 pizca de sal
  • Jugo y ralladura de 2 naranjas

 

  1. Precaliente el horno a 200°C, engrase y enharine un molde de 20 – 25 cm de diámetro.
  2. Derrita la mantequilla.  
  3. Separe las claras de las yemas.  
  4. Bata las claras con una pizca de sal.  
  5. En un tazón grande mezcle las yemas yel azúcar hasta que cambie de color.  
  6. Agregue la mantequilla, la harina, el polvo para hornear, la ralladura y el jugo de naranja. 
  7. Incorpore suavemente las claras de huevo, teniendo cuidado de no hacerlo vigorosamente pues se bajarían las claras.  
  8. Vierta la masa en el molde preparado y hornee por 10 minutos, luego baje la temperatura a 170°C, hornee de 25 a 30 minutos más. 
  9. Desmolde cuando esté tibio. 
  10. Decore al gusto.