miércoles, 8 de octubre de 2025

Kissel: el postre ruso que viajó hasta Canadá

El kissel es uno de esos postres que parecen sencillos, pero que encierran siglos de historia. Su origen se remonta a la antigua Rusia, donde en lugar de frutas se hacía con granos como avena, centeno o trigo. Era un alimento humilde, barato y nutritivo que servía para saciar el hambre en tiempos de escasez. De hecho, en crónicas medievales se cuenta cómo, durante un asedio a la ciudad de Kiev, los habitantes lograron sobrevivir preparando kissel de avena con agua de pozo, lo que llevó a los invasores a creer que aquel lugar tenía fuentes mágicas de alimento.

Con el tiempo, y gracias a la llegada del azúcar, el kissel se transformó en un postre dulce y frutal. Se prepara con jugos o pulpas de cereza, frambuesa, grosella o arándanos, espesados con fécula para darle esa textura tan particular: ni bebida ni gelatina, sino un punto medio. Puede servirse tibio, como una bebida reconfortante, o más denso, para comer con cuchara y acompañar con leche, crema o panecillos.

Su importancia cultural es tal que incluso dejó huella en el lenguaje ruso. Existe la expresión “vivir como en kissel”, que significa vivir en abundancia, porque este postre representaba alimento seguro y hospitalidad. También se le atribuyen cualidades medicinales, ya que su textura suave lo hacía ideal para calmar el estómago, al grado de que en la época soviética se vendía incluso en versiones instantáneas como parte de la dieta cotidiana.

El viaje del kissel fuera de Rusia y Ucrania se dio a través de la migración. Comunidades de Europa del Este que llegaron a Canadá en los siglos XIX y XX lo llevaron consigo como parte de su herencia culinaria. En esas nuevas tierras lo adaptaron a los ingredientes locales, y los arándanos canadienses, tan abundantes en bosques y praderas, se convirtieron en protagonistas. Así, el kissel encontró un nuevo hogar en las cocinas de las familias inmigrantes, como un puente entre los recuerdos de la tierra natal y la vida en el nuevo continente.

Preparar kissel hoy en día es, en cierto modo, un acto de conexión con esa tradición. Yo misma lo hice en casa, y al probarlo sentí que estaba sirviendo en mi mesa un pedacito de historia. En cada cucharada se mezclan la sencillez de los ingredientes con la riqueza de las historias que lo acompañan: de alimento humilde a postre festivo, de las leyendas rusas hasta los bosques de Canadá, y ahora hasta mi cocina.

El kissel demuestra que, a veces, lo más simple puede ser también lo más profundo. Entre su dulzura y su espesor, hay relatos de supervivencia, dichos populares, recuerdos de familia y la calidez de algo hecho para compartir. Tal vez por eso ha viajado tanto y se ha mantenido vivo: porque en su esencia late la hospitalidad y el sabor de hogar.

Kissel

  • 500 gr frutos rojos mezcla o al gusto
  • 4 tazas de agua
  • ½ taza de azúcar
  • 3 cucharadas de fécula de maíz
  • El jugo de 2 limones

  1. Coloque la fruta picada con tres tazas de agua y el azúcar en una olla. 
  2. Hierva a fuego medio hasta que las frutas suelten todo su sabor, alrededor de 10 minutos.
  3. Con una batidora de mano muela las frutas, si lo quiere en trocitos o muy terso.
  4. Diluya la maicena en la taza de agua restante y agregue poco a poco a la mezcla caliente moviendo constantemente para que no se formen grumos.
  5. Cocine unos minutos más, hasta que hierva para que la maicena se cueza. 
  6. Sirva tibio o frio.  Decore con una rosa de crema chantilly, si lo desea.

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